La historia de Ángela es un hecho
que habitualmente les ocurre a los jóvenes al tener que empezar a tomar
decisiones sobre su vida y su futuro. Abarca desde el año en que ella cursa tercero
de la ESO, época en la que hay que empezar a tomar dichas decisiones, pero que
todavía no eres suficientemente independiente de tus padres como para que ellos
no influyan en éstas; hasta la actualidad.
Contamos esta historia con el
objetivo de que los jóvenes que se encuentren en situaciones parecidas no
tengan miedo a equivocarse, ni a hacer lo que realmente les gusta aunque tengan
a gente en su contra. Cualquier error es una experiencia de la que aprender.
Si es verdad que hace años los
hijos estudiaban lo que los padres decían, normalmente aquello a lo que se
dedicaba el padre o aquello que se pensaba que iba a dar dinero, que muchas
veces no era lo que a uno gustaba. No todo el mundo estudiaba, pero esto
también ocurría con los trabajos, pues el hijo de un agricultor o de un
panadero, se dedicaría a esto durante el resto de su vida. Esto ha cambiado con
el tiempo, y los hijos se han ido haciendo más autónomos a la hora de tomar
estas decisiones, pero seguimos encontrando muchos casos así; por ejemplo, lo
normal es que el hijo de un farmacéutico haga farmacia y se quede con el
negocio familiar o que el hijo de un abogado se quede con el bufete de su
familia, etc. Autores como Eduardo Torres afirman que “en caso de que el hijo
no tenga claro lo que quiere hacer, hay que fomentar la autonomía del
estudiante en la elección, lo que no significa que no se participe en el
proceso”. Es importante fomentar el desarrollo personal y la madurez. Los
padres deben escuchar las necesidades de los niños y no complicar la decisión.
Todo esto se ve también afectado
por la presión que ejerce la sociedad sobre los jóvenes y los padres acerca de
lo que es una buena carrera y lo que es una carrera “sin prestigio”, basándose
en datos como la nota de corte que tenga la carrera en cuestión, el dinero que
ganen los profesionales que se dediquen a ello, etc. Por ejemplo: Magisterio,
Trabajo social, Pedagogía,… vs. Medicina, Derecho, Arquitectura,… Estas
opiniones hacen que muchos estudiantes no escojan aquello que quieren hacer
sino aquello que está bien visto que hagan.
Por otro lado, nos encontramos
con la falta de apoyo y orientación en los centros educativos. Si bien muchos
colegios e institutos tienen buenos orientadores, la mayoría no. Muchos alumnos
salen de segundo de bachillerato sin saber a dónde van, sin conocer la carrera
en la que se meten o sin saber gestionar lo que piensan que es su vocación. En
gran medida esto se debe a que los profesores solo saben sobre su materia, pero
no saben acerca de dar clase o, de alguna forma, cuidar a sus alumnos en todos
los sentidos.
En definitiva, son muchos los
factores que pueden influir en una decisión como esta, pero pensamos que debe
ser una decisión propia del futuro universitario, apoyada por la familia y
basada en la información y buenos criterios.
"Voy a contar la
historia de cómo he llegado hasta aquí, cómo ha sido mi elección respecto a mis
estudios. En tercero de la E.S.O como cualquier niño tuve que elegir, sin estar
preparada, la rama a la que me quería dedicar. Como mucha gente elegí la rama tecnológica
sin saber lo que era, ya que era la que más puertas me abría, porque pasarse de
sociales a ciencia es más difícil, y si me metía en ciencia y veía que me arrepentía me podría
cambiar con más facilidad a sociales o letras. Como yo, muchas personas se
equivocaron, lo cual es normal porque a esa edad es difícil saber lo que quieres,
ni siquiera cuando estás echando los papeles de la preinscripción para entrar
en la universidad estás seguro de si es lo que quieres.
Durante cuarto de la
E.S.O dije que quería hacer arquitectura, forzada en cierto modo por la rama
que había cogido, pero sin ninguna orientación por parte de mis profesores, es
decir, me sentía totalmente perdida. Después de toda mi vida sacando buenas
notas y, aunque las matemáticas se me daban bien, empecé a suspender el resto
de asignaturas técnicas o las aprobaba con notas bajas, pero mis padres estaban
tan contentos con que yo iba a hacer arquitectura que decidí seguir adelante.
Tampoco a ellos les importaban las notas, pensaban que era una mala racha y me
pusieron varios profesores particulares.
Llegó primero de Bachillerato
y fui a la semana solidaria de mi colegio, que consiste en que, por grupos,
vamos a distintos destinos de toda España a trabajar con personas de distintos
ámbito de exclusión social. Había un destino especial que implicaba cruzar el
estrecho y cambiar de país, Tánger. Este fue mi destino y donde me di cuenta de
lo que realmente quería hacer en mi vida: trabajar con niños y discapacitados.
Tuve la suerte de empezar a tener claro lo que quería cuando la mayoría de la
gente a mi edad seguía bastante perdida, pero la mala suerte de no tener ningún
apoyo para hacer lo que había descubierto que me gustaba, ya que al llegar a
Sevilla me encontré sola ante mi decisión. Y no solo yo, aquellos que no sabían
aun qué hacer, tampoco recibían ayuda alguna.
Me di cuenta de que
debía cambiarme a sociales, pero ni mi tutor ni mis padres estaban de acuerdo, asique terminé el bachillerato
técnico como pude, e incluso suspendí física en la prueba de acceso a la
Universidad. Durante estos dos años tuve muchas peleas con mis padres porque yo
tenía claro que quería hacer Magisterio y especializarme en Educación Especial,
pero para ellos esto era, literalmente, "tirar mi vida a la mierda" y
“una decepción tremenda” e incluso llegué a escuchar algún comentario del tipo
“un desperdicio para la sociedad”. Me decían que hiciese Derecho ya que así
tendría mi vida solucionada porque me quedaría el despacho de mi madre. Parecía
que solo les importaba el dinero, pero para nada lo que yo quería o lo que a mí
me importaba.
Durante el segundo año
de Bachillerato tuve un nuevo tutor, el cual fue la primera persona que me apoyó
y me dijo que hiciese lo que me gustara, que aunque mis padres se enfadasen con
el tiempo se les pasaría y aceptarían lo que verdaderamente quería hacer; pero bajo tanta presión de toda mi
familia no tuve más remedio que meterme en Derecho y Fico, una carrera que
tenía el suficiente prestigio y valor para ellos.
Fue un año muy duro en
el que iba a clase pero no hacía nada porque no me gustaba ni tenía ninguna
motivación para seguir adelante, no era feliz y lo sabía pero no era capaz de
hacer nada, y culpaba a mis padres por forzarme a dedicar mi vida y mis
estudios a algo que sabía que no estaba hecho para mí. Después del primer
cuatrimestre de Derecho dejé de ir a clase y empecé a pasarme los días en casa,
ni siquiera salía, no hablaba con mis padres y tampoco mucho con mis amigos y
me pasaba el día llorando. Lo único que hacía era trabajar en la asociación de
voluntariado a la que pertenezco, Manos Jóvenes, que me acercaba un poco a lo
que me gustaba. Se trata de una asociación creada por un grupo de jóvenes a
raíz de nuestra participación en la semana solidaria, momento en el que no
encontré sólo lo que me gustaba, sino que además a muchos de nosotros se nos
encendió la chispa de servir a los demás en nuestro día a día, que no se
quedase en una semana fuera de casa. En esta asociación he trabajado dando
apoyo escolar a niños, en ocio y tiempo libre con discapacitados, he dado clase
de español a inmigrantes y he vuelto a repetir experiencias como la semana
solidaria, he guiado en su formación a nuevos participantes y he coordinado
distintos proyectos, cosas que me han hecho reafirmarme en mi decisión. Fue lo
único que durante ese año me motivó a salir de casa.
Hasta que un día vino a
verme un amigo al cual llevaba mucho tiempo sin ver, y nada más verme lo
primero que me dijo fue: "Deja Derecho, métete en Trabajo social y vete a
trabajar en la cárcel con niños, que es lo que a ti te gusta". Aunque
todos mis amigos me habían dicho muchas veces que dejase Derecho y siguiese con
mi vida, no fue hasta este momento que decidí hacer algo al respecto, empezar a
dirigir mi vida a mi manera y dejar de vivir la vida que mis padres tenían
planeada para mí.
Me pasé unos meses
mirando programas de distintas carreras y finalmente un día llegue a casa y,
sabiendo la reacción que esto provocaría en mi madre y con mucho miedo, le dije
que estaba decidida a hacer Trabajo social y Educación social y que eso era lo
que había. Toda la noche de bronca y llorando, y dos meses sin hablarme, pero
yo tenía claro que por muy mala que fuese su reacción no iba a volver a cambiar
de opinión. Mi padre no supo mi decisión hasta el día que tuvo que firmar la
matrícula para esta carrera. Actualmente lo tienen aceptado pero no hablamos
del tema en casa, no me preguntan que qué tal me va ni les cuento nada acerca
de la carrera.”
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